viernes, 20 de septiembre de 2013

El Viejo

   El viejo miraba sin ver, vivía sin querer, sentía sumido en la mas indolente espera; el viejo más bien parecía una figura de cera, impasible, inmutable, sintiendo como la muerte se acercaba en su búsqueda y sin fuerzas para escapar de ella. El tiempo lo había convertido en eso, un viejo más, en una fría y aséptica cama de hospital, un ser desahuciado aguardando el final, una vida acabada, incapaz de aportar nada.
  Te aislaba al mirarlo  del estruendo de sonidos que el hospital emitía,  de alguna manera transmitía una sensación  de paz.  No hablaba, quizá no tuviera nada importante que decir, tal vez había aprendido por el camino difícil que las lecciones no se enseñan sino por fuerza de esa ley no escrita del tropiezo y vuelta a empezar  o, simplemente, no tuviera fuerzas para hacerlo.
  El viejo comenzó a  ejercer en mi una atracción magnética, impulsaba a mi mente a elucubrar  en que historias habría detrás de ese cuerpo demasiado cansado de luchar. Cuantas lecciones de vida habrían tras esas encallecidas manos, el peso de cuantos reveses soportarían esos hombros un tanto arqueados, en que amores y desamores habría detrás de esos brillantes ojos azules que, como un reducto de un pasado mas dichoso, se resistían a reflejar su avanzada edad.
  Ese armazón
testigo de un mejor pasado, trastoco mi interior, descorcho esa fina capa impermeable tras la que tendemos a aislarnos de las preguntas para las que no tenemos respuesta, me hizo pensar en lo nimio de esas diatribas que consideramos importantes, a percibir por un instante el verdadero sentido de la palabra miedo. Miedo a la irrelevancia, vértigo a desaparecer de los corazones y las memorias de un mundo ingrato que un día nos convierte en actores principales de la obra para arrojarnos al más triste de los olvidos cuando nos volvemos incapaces.

El viejo dejo en mi una huella indeleble, tal vez, quiero pensar necesitaba ser recordado y de alguna manera que se me escapa me uso para perdurar, quien sabe…