miércoles, 26 de diciembre de 2012


  DE AQUELLAS AGUAS ESTOS LODOS.


 Rodeado de tapas de magra con tomate y pinchos de tortilla, cafés solos aliñados con chorros de  bebidas  espirituosas  y trabajadores varios que apuran su media hora de parón media mañanero, entre gente de esta clase media baja cada vez más en peligro de extinción me encuentro. Entre esta clase de gente me envuelvo  y me rodeo, esta clase de gente  cada vez más alejada de la de los residentes en la cúspide que miran desde la cima a el  resto de la sociedad, esta minoría  que tiende a mirar de forma desfigurada de la realidad y que siempre ha antepuesto (va en su intrínseca naturaleza) la forma al fondo. Porque si alguna moraleja es extraíble de los tiempos difíciles es el hecho de que las sociedades no dejan de ser una guerra de intereses entre los que tienen, aquellos otros que por no tener no tienen ni siquiera aquellas armas básicas para ejercer su defensa de una forma democrática y civilizada (educación, formación, presencia mediática, recursos económicos…) y se ven obligados a reclamar “lo suyo” en formas que en mi humilde opinión no construyen sociedades. Y  justo en medio, ese grupo de gente que tradicionalmente ha  mirado  a los de abajo con una mezcolanza de lastima y actitud paternalista poco disimulada a la misma vez que intentan escalar en la escala socio-económica para auparse o aupar a su prole a ese grupo que dirige nuestro rumbo y a los que de alguna manera estamos supeditados.
     Esta clase media que siempre ha ejercido de colchón entre la anarquía, el desboque y el descontrol que traerían las clases más desfavorecidas y que ha mirado a los poderosos con una mirada entre envidiosa y desconfiada (nadie se hace rico trabajando reza el dicho). Esta clase que en su gran mayoría ha vivido una democracia de bolsillo en la que mayoritariamente se limitaba a un voto cada cuatro años. Nosotros que afanados en las diatribas del día a día, afrontando  los pagos mensuales, la hipoteca, el ibi , los problemas escolares, y un largo etcétera nos hemos adormecido socialmente, hemos llegado a interiorizar la idea de que nuestros dirigente velaban por nuestro intereses, que ellos llegado el momentos cederían gustosos el sillón a nuestros hijos, ese sillón,  que por derecho de primogenitura pertenece a los suyos. Nosotros ante el irrefrenable deseo de parecernos a ellos hemos hecho lo imposible por parecernos, por ser capaces de mimetizarnos en sus ambientes, creyendo que la ropa cara, los coches de alta gama y los restaurantes de autor nos acercaban a ellos. Hemos obviado que sus privilegios y posición social en realidad siempre se ha sustentado en unas mayores posibilidades y recursos que nunca hemos igualado (educación, formación, posibilidades de trabajo, etc...), en fin que su abanico de posibilidades siempre ha sido mayor y nosotros en nuestra supina ignorancia tan solo hemos intentado imitar la fachada de su imperio sin intentar siquiera abordar el interior de su fortaleza.
   Esta mentira en la que hemos vivido también creo, en cierta medida, la idea generalizada de que el pobre lo era por meritos propios(o más bien por deméritos). Durante mucho tiempo hemos mirado hacia el agujero tan solo para arrojar las migajas de nuestro alocado dispendio consumista en aras de el ascenso social , durante demasiado tiempo hemos abandonado a unos ciudadanos que ante la ignorancia y el desprecio se han aislado en busca del consuelo y la protección que da el grupo enquistando de forma permanente el problema. Si sumado a esto añadimos el hecho de que desde las instituciones se han limitado a subsidiar a estas gentes en vez de darles las herramientas para su auto crecimiento, la ecuación se completa y nos da como resultado una sociedad poco permeable socialmente y en la que prima la puñalada trapera frente a la colaboración y el empuje en una única dirección.
   Ahora la crisis nos rompe ese esquema, creado y  afianzado desde arriba, y nos demuestra que el  mediopensionista con aras de grandeza puede caer a un abismo en el que jamás pensó encontrarse, en el crítico momento en el que sentimos que nuestro mundo se tambalea, que esa falsa sensación de seguridad de la que nos habíamos auto convencido  se derrumba y que podemos ser los siguientes. Ahora comenzamos a ver las vigas en los ojos ajenos, empezamos a discernir los errores de gestión, los desmanes económicos, las injusticias sociales. Y yo humildemente me pregunto, si no hemos tenido alguna responsabilidad en esta crisis, me cuestiono si  este cambio repentino de valores no es tan solo fruto de ver las barbas de nuestros vecinos  cortar.
   Yo creo firmemente que solo saldremos de esta crisis con una clase media fuerte, concienciada, implicada y que gracias a la equidistancia y posición de almohada de la que disfruta puede comenzar a mirar con más detenimiento y a intentar cambiar las injusticias y desigualdades provengan de donde provengan. En este preciso momento, en que la clase media es cada vez menos eso, debemos reclamar nuestro lugar y huir del la algarada del bar entre  café, chupitos de orujo y algún otro chispin, apartar la novela de las cuatro y el sálvame de media tarde y empezar a reclamar nuestro lugar en las instituciones y en nuestra sociedad, afrontando que durante mucho tiempo hemos mirado hacia otro lado y mirando al frente en adelante. Ha llegado el momento de aplicar por la regla del si so si  esa regeneración social y moral de la que tanto hablan los políticos y que tan poco se aplican; pero bueno eso  daría para otro articulo  así que lo dejaremos por el momento.

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