DE AQUELLAS AGUAS ESTOS LODOS.
Rodeado de tapas de
magra con tomate y pinchos de tortilla, cafés solos aliñados con chorros de bebidas espirituosas y trabajadores varios que apuran su media hora
de parón media mañanero, entre gente de esta clase media baja cada vez más en
peligro de extinción me encuentro. Entre esta clase de gente me envuelvo y me rodeo, esta clase de gente cada vez más alejada de la de los residentes
en la cúspide que miran desde la cima a el
resto de la sociedad, esta minoría
que tiende a mirar de forma desfigurada de la realidad y que siempre ha
antepuesto (va en su intrínseca naturaleza) la forma al fondo. Porque si alguna
moraleja es extraíble de los tiempos difíciles es el hecho de que las
sociedades no dejan de ser una guerra de intereses entre los que tienen,
aquellos otros que por no tener no tienen ni siquiera aquellas armas básicas
para ejercer su defensa de una forma democrática y civilizada (educación,
formación, presencia mediática, recursos económicos…) y se ven obligados a
reclamar “lo suyo” en formas que en mi humilde opinión no construyen sociedades.
Y justo en medio, ese grupo de gente que
tradicionalmente ha mirado a los de abajo con una mezcolanza de lastima y
actitud paternalista poco disimulada a la misma vez que intentan escalar en la
escala socio-económica para auparse o aupar a su prole a ese grupo que dirige
nuestro rumbo y a los que de alguna manera estamos supeditados.
Esta
clase media que siempre ha ejercido de colchón entre la anarquía, el desboque y
el descontrol que traerían las clases más desfavorecidas y que ha mirado a los
poderosos con una mirada entre envidiosa y desconfiada (nadie se hace rico
trabajando reza el dicho). Esta clase que en su gran mayoría ha vivido una
democracia de bolsillo en la que mayoritariamente se limitaba a un voto cada
cuatro años. Nosotros que afanados en las diatribas del día a día,
afrontando los pagos mensuales, la hipoteca,
el ibi , los problemas escolares, y un largo etcétera nos hemos adormecido
socialmente, hemos llegado a interiorizar la idea de que nuestros dirigente
velaban por nuestro intereses, que ellos llegado el momentos cederían gustosos
el sillón a nuestros hijos, ese sillón,
que por derecho de primogenitura pertenece a los suyos. Nosotros ante el
irrefrenable deseo de parecernos a ellos hemos hecho lo imposible por
parecernos, por ser capaces de mimetizarnos en sus ambientes, creyendo que la
ropa cara, los coches de alta gama y los restaurantes de autor nos acercaban a
ellos. Hemos obviado que sus privilegios y posición social en realidad siempre
se ha sustentado en unas mayores posibilidades y recursos que nunca hemos
igualado (educación, formación, posibilidades de trabajo, etc...), en fin que
su abanico de posibilidades siempre ha sido mayor y nosotros en nuestra supina
ignorancia tan solo hemos intentado imitar la fachada de su imperio sin
intentar siquiera abordar el interior de su fortaleza.
Esta mentira en la
que hemos vivido también creo, en cierta medida, la idea generalizada de que el
pobre lo era por meritos propios(o más bien por deméritos). Durante mucho
tiempo hemos mirado hacia el agujero tan solo para arrojar las migajas de
nuestro alocado dispendio consumista en aras de el ascenso social , durante
demasiado tiempo hemos abandonado a unos ciudadanos que ante la ignorancia y el
desprecio se han aislado en busca del consuelo y la protección que da el grupo
enquistando de forma permanente el problema. Si sumado a esto añadimos el hecho
de que desde las instituciones se han limitado a subsidiar a estas gentes en
vez de darles las herramientas para su auto crecimiento, la ecuación se
completa y nos da como resultado una sociedad poco permeable socialmente y en
la que prima la puñalada trapera frente a la colaboración y el empuje en una única
dirección.
Ahora la crisis nos
rompe ese esquema, creado y afianzado
desde arriba, y nos demuestra que el
mediopensionista con aras de grandeza puede caer a un abismo en el que
jamás pensó encontrarse, en el crítico momento en el que sentimos que nuestro
mundo se tambalea, que esa falsa sensación de seguridad de la que nos habíamos auto
convencido se derrumba y que podemos ser
los siguientes. Ahora comenzamos a ver las vigas en los ojos ajenos, empezamos
a discernir los errores de gestión, los desmanes económicos, las injusticias
sociales. Y yo humildemente me pregunto, si no hemos tenido alguna
responsabilidad en esta crisis, me cuestiono si este cambio repentino de valores no es tan solo
fruto de ver las barbas de nuestros vecinos cortar.
Yo creo firmemente
que solo saldremos de esta crisis con una clase media fuerte, concienciada,
implicada y que gracias a la equidistancia y posición de almohada de la que
disfruta puede comenzar a mirar con más detenimiento y a intentar cambiar las
injusticias y desigualdades provengan de donde provengan. En este preciso momento,
en que la clase media es cada vez menos eso, debemos reclamar nuestro lugar y
huir del la algarada del bar entre café,
chupitos de orujo y algún otro chispin, apartar la novela de las cuatro y el sálvame
de media tarde y empezar a reclamar nuestro lugar en las instituciones y en
nuestra sociedad, afrontando que durante mucho tiempo hemos mirado hacia otro
lado y mirando al frente en adelante. Ha llegado el momento de aplicar por la
regla del si so si esa regeneración
social y moral de la que tanto hablan los políticos y que tan poco se aplican;
pero bueno eso daría para otro articulo así que lo dejaremos por el momento.
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