El coche pareció encogerse, retraerse sobre sí mismo, como si
incluso el supiera de lo inevitable de este momento. Comencé a sentir un
extraño magnetismo, una imperiosa necesidad de disolverme sobre sus labios, de
olvidar que el mundo tiene sus reglas y que a veces sale caro transgredirlas.

Me perdí en el
recuerdo de cada momento compartido, en cada sonrisa asomada al balcón de su
boca, a cada brillo de sus radiantes ojos; me perdí entre las rocosas costas de
mi deseo y desee encallar para siempre.
Fue un leve susurro, una puñalada en forma de palabra, un “Vale”
agridulce el que me hizo despertar, recordar que los ángeles les están vedados
a los simples mortales. Fueron tan solo cuatro letras las que rompieron la inconsciencia
de la pasión y desterraron este momento a un estrecho y ajado baúl llamado
recuerdo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario