Que la piel de toro ha sido siempre morada de lazarillos
varios, es algo de sobra conocido y asumido por todos, quizá no sea solidario
cobrar el salario en B para no pagar impuestos o intentar pagar alguna factura
sin el I.V.A., pero siempre había formado parte de la idiosincrasia de nuestro
pueblo y como parte de ese mal endémico y
anotado de antemano en el balance lo encarábamos .Posiblemente, mirándonos al espejo desnudos todos somos
capaces de descubrirnos como alumnos un tanto tramposos que copiamos cuando el profesor mira hacia otro lado. Por
supuesto no defiendo este tipo de comportamientos y siempre he creído que
construir sociedad implica empujar todos a una y, afrontar nuestras
responsabilidades cuando es pertinente.
Pero el verdadero problema llega cuando el profesor no solo no controla a los
alumnos sino que se baja del estrado y une a la orgía de aquellos a los que debería dar lecciones de
moral y decencia, el problema llega cuando los mecanismos de control de ese
fraude se unen al servicio del mismo, cuando aquel que tiene el poder y la
posición para liarla lo hace a lo grande
,mientras… en el conocimiento de que la mejor defensa es un buen ataque, llama
a la moralidad y a la solidaridad ciudadana en los tiempos difíciles.
Sé que justificar el
pequeño trapicheo y ladroneo no es algo moral, pero tampoco lo es y me indigna
en sobremanera que en un sistema en el que se supone igualitario se haya
instalado la sensación, en mi opinión de
sobra fundada, de que se castiga con mucha más rapidez y dureza a esos pequeños
o medianos fraudes, mientras las grandes pifias se dilatan en el tiempo de
forma indefinida.
La picardía se
transforma en una desfachatez sin tapujos ni justificaciones cuando aquellos a
los que se suponen los mejor preparados y mas decentes de entre nosotros,
elegidos por el pueblo soberano en la esperanza de que su ejemplo modifique
patrones de conducta y mejore este nuestro microcosmos, ese que heredaran
nuestros hijos y a los que vamos a tener en verdad jodidamente difícil
explicarles como hemos llegado aquí. Los políticos se convierten en cáncer
cuando uniéndose al desmadre, lo
fomentan, liderando este espolio colectivo en que se ha convertido España, esta
España con minúsculas que como diría mi amigo Álvaro no convence ya ni a “Perry”. No convence a propios ni
extraños que por mucho amor que tengamos a esta a la que no sabemos muy bien
por que llamamos patria, estamos viendo caer en una decadencia cultural,
social, política y por supuesto económica sin precedentes.
Porque llamemos las cosas por su nombre lo que está en juego
no es la reputación de este o aquel político, ni si quiera la honorabilidad de ningún
partido político. Lo que realmente estamos peleando es la esencia misma de
este, nuestro sistema democrático, ese que debe retroalimentarse gracias a la
confianza que los ciudadanos depositamos en el. Confianza que por supuesto está
en entredicho y que puede arrastrar a amplios sectores de la población a pensar
que la solución se encuentra fuera del
mismo.
Quizá pueda parecer a ojos de algunos, un alarmista o quizá
un populista, pero creo firmemente que, o bien exigimos a nuestros representantes que
hagan de la transparencia su bandera y del servicio al pueblo su verdadera razón
de ser o podemos estar muy cerca de que la desafección de la política y de los políticos
que ya se masca en la calle se convierta en algo mucho más peligroso.
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