A veces sumido en el día a día podemos olvidar cuales son
las cosas importantes en nuestra vida, aquellas que de verdad dan sentido a
todos los sacrificios y esfuerzos que la vida exige; son ese conjunto de cosas
y principalmente de personas que apuntalan
nuestra existencia y han configurado los individuos que hemos llegado a ser . No somos
conscientes o simplemente no queremos reconocer
la gran importancia que tiene para nosotros ese núcleo duro, ese “nuestro
cuartel general”, esas personas que de alguna forma han marcado nuestro
carácter, nuestra forma de ver la vida o de afrontarla, o simplemente aquellas
que siempre han estado ahí, conformando ese rincón donde todos necesitamos
batirnos en retirada alguna vez para coger impulso y poder realizar el próximo
embate a la vida con renovada intensidad.
La casa de mis
abuelos siempre constituyó ese refugio donde huir, donde evadirme de la
realidad al son de extremoduro tumbado en la cama de mis tíos, aquel lugar
donde sabia que pese a que hubiera hecho la pifia más grande del mundo, siempre
encontraría una abuela cariñosa, una abuela cuyo rastro siempre ha sido un
camino a seguir, esa abuela que en su lista de prioridades siempre ha
antepuesto a los demás, esa mujer que ha sacrificado su individualidad por un
bien mayor llamado familia, esa mujer que conciliando siempre ha constituido
ese cemento que da consistencia a mi familia. Y que habría sido del yo que conozco ahora sin
esas acaloradas discusiones sobre política que mantenían con mi abuelo esa
quinceañera, alocada y repleta de testosterona
versión de mí. Discusiones esas que me obligaban a leer, mejorar y competir con
el único afán de batir dialécticamente a mi abuelo. Ni que hablar de mis tíos
esos dos hermanos mayores que siempre me han hecho sentir adulto y nunca fuera
de lugar a su lado, siempre incluyéndome en sus charlas, comentando conmigo el último
libro que habían leído, enseñándome las reglas del ajedrez o simplemente
escuchando aconsejándome en lo que de
seguro en algún momento les podría haber parecido tan solo las cosas de crio.
A veces sumido en el día a día podemos no recordar cuán fácil es
dar las gracias, podemos llegar a olvidar
cuanta gente tenemos a nuestro alrededor a pesar de que no paramos de quejarnos
de la soledad. Quizá es tan solo el fruto del hecho que nos hemos acostumbrado
a tener a nuestro lado a gente que se preocupa por nosotros, a veces tan solo
de una manera callada, discreta pero siempre atenta y vigilante al momento en
que se les necesita. O simplemente es
que a veces nuestro egoísmo nos puede hacer pensar que tenemos derecho a más.
Solo espero que como hasta ahora esa pequeña alarma interior me continúe
avisando como hasta ahora recordándome cuan afortunado soy.
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