El paso acelerado de mis pies, acompasado perfectamente con
los latidos de mi corazón me acompaño sin descanso desde el parking hasta la plaza.
Hacía años que no la había visto y sin embargo aun podía rememorar ese leve
aroma tan característico, tan suyo que
siempre me había hecho estremecer; hacia tanto tiempo y sin embargo, aun
podía cerrar los ojos y revivir cada uno de los momentos que había pasado junto a ella. Ya casi se veía la plaza
y un rampazo de duda recorrió mis entrañas, fue como si mi subconsciente me
aconsejara que diera media vuelta y regresara a esa cotidianidad a la que ahora
pertenecía y en la que tan seguro me sentía. Haciendo caso omiso y arrastrado por esa inercia imperiosa de verla
de nuevo llegue justo al centro de la plaza, ansioso, pero intentando aparentar
una suficiencia de la que carecía mire a
mi alrededor intentando localizarla; unas parejas en una terraza charlando y tomando
una cerveza me distrajeron un momento aunque enseguida recobre el norte y continúe
andando en círculos descuidados alrededor de la plaza , no sabría decir muy
bien porque, quizá por miedo, miedo a que apareciera a lo lejos , caminando
hacia mí y todo mi cuerpo se negara a responder, quizá también por ese primario instinto que te aconseja que recibirla esperando no era la mejor forma de reencontrarse y que
era mejor localizarla y abordarla con una pose cuidadosamente estudiada y
natural; como si de verdad fueran tan solo dos amigos reencontrándose tras un
largo tiempo de ausencia, como si nada más profundo que el deseo de ponerse al día
y contar anécdotas pasadas subyaciera.
Al fin la vi, habían pasado tan solo unos minutos desde que
yo arribara en la plaza y a mí me habían parecido una eternidad, estaba fumando
y el humo de su tabaco se mezclaba rápidamente con el gélido aire del ambiente;
de repente repare en que había olvidado mi abrigo y que posiblemente pasaría
frio, ¿¡Que mas daba?!. Me acerque a ella desde atrás tomándome tan solo un
instante para constatar que seguía siendo la guapísima chica que yo había conocido 10 años
atrás, ahora quizá con un poso de madurez y personalidad en su ropa que la
hacían si cabe más atractiva.
Un simple “hola” dio paso a un momento de una cierta tensión
en la que ninguno de los dos sabíamos muy bien cómo abordarnos , aunque pronto
este se mudo en esa cercanía y conversación fluida de la que siempre habíamos
disfrutado. Fue como si retrocediese a mi más tierna adolescencia, a ese punto
en el que todas las decisiones estaban por tomar y no había límites. Ese
momento en el que se puede desandar todo el camino y solo tienes que atender a
los dictados de tu corazón. Caí en una nube, desde ese instante solo quise besarla,
desde la primera copa de vino hasta el último gin tonic solo pensé en
estrecharla entre mis brazos y poseerla.
No sé si ella era consciente de la forma en que me atraía, pero desde luego no hacía nada por
evitarlo y por supuesto aquella actitud ambivalente me impulsaba mucho más a
querer poseer esos labios sobre los míos.
Bailar sobre sus labios, sentir su lengua húmeda, deslizándose
sobre mi cuello, sentir que el mundo entero dejando de existir y que por unos
minutos ese concepto tan etéreo y raramente alcanzable esta a tu alcance. No
podía creer que eso me estuviera sucediendo a mí; su cara ardía quizá también
por efecto del calor de mis manos, que la sujetaban como si de esta manera
pudieran evitar que en cualquier momento saliera corriendo. Intuyendo que este
momento no se repetiría, con la certeza de que este momento tan solo era la confluencia
de alguna suerte de constelaciones a millones de años luz me dispuse a
memorizar cada sensación, a guardar en el disco duro de mi corazón cada fotograma,
el olor de su perfume, ese gracioso a la par que sensual conjunto que forma su
pelo con sus ligeras orejillas asomando tímidas entre el.
Me dispuse a decirle
adiós para siempre, a pesar de que mi yo profundo sabia que traspasar esa
frontera acercaría nuestros cuerpos a la misma velocidad que destruiría lo
nuestro (ese algo difícil que definir que siempre nos hizo conectar).A pesar de
saberlo me dispuse a apurar de un trago
avaricioso el vaso. …..
Y sin embargo valió la pena, a pesar de que sabía que lo
nuestro comenzaba y acaba en mi lengua degustando el rastro
de mojito de sus labios, mereció la pena. En noches como esta, en que mi
corazón yace en la fosa común del desanimo y de
fondo suena Vetusta Morla y su Maldita Dulzura, me queda su recuerdo, me queda
la certeza de que por un instante mi vuelo alcanzo el bucle de su dulzura para
después caer cual Ícaro cualquiera. Maldita dulzura la suya.
No hay comentarios:
Publicar un comentario